Por mucho que hayan pasado unos treinta años desde que entrara a la fama por la puerta grande (la que le abrió Rainbow tras unos prometedores comienzos en Fandango) se puede decir a día de hoy y sin temor a equivocarse que Joe Lynn Turner ha sido uno de los grandes personajes de la primera década década del siglo.
Repasando méritos, en esta década ha afianzado regularmente su carrera en solitario (lanzando tantos discos como en todo el periodo anterior desde que la comenzara a mediados de los 80s), ha puesto voces a una emergente banda como Brazen Abbot y ha protagonizado algunos de los proyectos más llamativos de estos años para los seguidores del hard y heavy rock más clásico: el Hughes-Turner Project con otro gigante del rock, Glenn Hughes, que ha dado ya dos álbums de estudio y un directo, Sunstorm con dos figuras actuales como Jim Peterick y Dennis Ward, y la ópera rock Nostradamus de Nikolo Kotzev.
Firmar al menos media docena de los no demasiados trabajos más que seguro la parte del público dada a al sonido más añejo de estos géneros consideraría lo mejor de estos diez años (nueve, todavía) no es poco. Y tal grado de actividad en una figura del rock que se acerca ya a los 60 no es, desafortunadamente, muy habitual. Todo ello, claro, añadiendo la calidad con que sigue desempeñando su tarea tanto como vocalista como en su papel de compositor, para nada a la sombra de cualquier otro momento anterior.
“Holy Man” fue su punto de partida de la década y todo un acierto para hacer girar hacia su música a esos nostálgicos de los viejos Rainbow –cómo no, pero también de Deep Purple y demás leyendas de la época- que habían acumulado ganas durante demasiado tiempo. Sin duda el inicio de década fue un momento propicio para este tipo de “revivals”, y desde entonces hemos asistido a reuniones de veteranos de todo tipo, regrabaciones y celebraciones varias de obras pretéritas y resurgimientos sorprendentes con nuevos grupos de géneros que parecían olvidados. Lo de JLT, eso sí, no pareció teñirse de maniobra de marketing, sino que sencillamente ha ido respondiendo de ahí en adelante a una coherencia y buen hacer del que conoce a la perfección un estilo y tiene ganas de demostrar su convicción.
La regularidad que ha demostrado estos años lo confirma, como igualmente este tiempo también se ha encargado de ir colocando a “Holy Man” como el disco preferido del Sr. Turner para muchos de sus seguidores, además de uno de los más completos –del heavy acelerado a las baladas pasando por medios tiempos abiertos a otras influencias, todo tratado con exquisito gusto melódico-, afortunados y repleto del sabor de siempre para el que ha sabido hallarlo sin necesidad de más publicidad que la buena reputación de su nombre. Para el futuro, un clásico.
Tal y como está el mundo del rock –al menos en su vertiente más tradicional, y con la tan promulgada venida abajo desde hace tantos años-, que una nueva banda se presente como “la respuesta” podría parecer algo pretencioso. Más aún si la “respuesta” es una que ya se había utilizado para preguntas de hace unos treinta años. Pero hay que reconocer que este hard rock de corte setentero, a la vez agradable y melódico e igualmente enérgico y rockero, heredero de Lez Zeppelin –los de sus momentos más “cercanos” e inmediatos- o de Free, de The Faces o de tantos otros, ha seguido siendo esta década una respuesta efectiva. Por lo menos si se ha hecho, como es el caso de “Rise”, con reconocible pasión por esa música –incluso llevando todos sus tópicos con honor-, buen hacer en composición e interpretación y gran sonido.
Esto es algo que se ha reconocido públicamente y que incluso se ha agrandado por las ganas de encontrar a los sucesores mediáticos de aquellas grandes bandas, nostálgicos de los dinosaurios y renegados de que los actuales gigantes musicales poco o nada tengan que ver con el Rock en mayúsculas. Así, el pistoletazo de salida de The Answer se anunció como “el debut de la década en el Reino Unido” o el nacer de los “nuevos Led Zeppelin”, además de ser bendecido por la Albert Productions, hogar, ni más ni menos, que de AC/DC. Pero más allá de afirmaciones de este tipo, que sólo suelen servir para lo que el tiempo ya ha colocado en su sitio, “Rise” sí que demostró que una joven formación tenía talento para conseguir ya con su estreno un empaque propio de la madurez y un sonido que, extrañamente para unos nacidos en Irlanda del Norte, respiraba aquel ambiente que tenía el rock americano de gusto folk más añejo o el blues rock de los colosos de los primeros 70s. Aquel que pega con el tabaco de mascar, el whisky fuerte y con las botas de espuelas.
A falta de encontrar una fórmula que devuelva el Rock a la cima, fue una buena manera de empezar, como igualmente puede el disco ser un buen punto para comenzar –con esta nueva categoría de “Futuros clásicos”- un repaso a lo que con mayor fortuna nos ha traído la década. Por ejemplo, porque invita a pensar en varias trivialidades ¿Realmente los tiempos pasados fueron mejores y es una necesidad (o una quimera) recuperarlos? ¿O sencillamente, aceptando el nuevo rol del rock duro –tan menos ligado a los medios como, quizá por eso, libre- hoy por hoy hay infinidad de recursos, en forma de legado de todas las épocas, que se pueden aprovechar para seguir ofreciendo de todo lo que nos gusta y en gran calidad? Sin querer ir más allá, la década ha dejado cosas lo suficientemente buenas como para ser consideradas en la misma estima que las de las anteriores (ni más ni menos que por tener más o menos tiempo), y, por qué no, ese mismo tiempo puede acabar poniéndolas en la categoría de clásicos.
Que los Skid Row tuvieron todo lo que hacía falta tener para arrasar en su momento es algo que sólo se acabó de completar cuando el entonces idolatrado por medio mundo J. Bon Jovi se decidió a echar una mano a su viejo colega Dave Sabo y a su grupo abriéndoles las puertas de la industria. De antes, ya tenían, aún sin colarse en los medios y en el mundo de la fama, todo lo demás: un buen puñado de exitazos en potencia para poner de acuerdo a “heavys” y asiduos de la MTV ochentera, mucha actitud rockera, buenos músicos y compositores, mucha imagen, y un frontman (el curtido en los musicales de Brodway Sebastian Bach) que además de cumplir perfectamente en su papel en la banda como cantante se llevaba por delante a la chavalería masculina y femenina, ya fuera como referencia o como amor platónico.
Pero como siempre hay quien le encuentra el lado oscuro a todo, precisamente el hecho de que Bon Jovi les sirviera de padrino fue algo que pudo asustar a parte del público menos dado a lo mediático, en un caso similar al que poco antes había afectado, por ejemplo, a Cinderella. Sin embargo, la repercusión del su primer disco dejó pocas dudas: Skid Row sonaba al heavy rock arrollador y contagioso de unos Mötley Crüe, a la potencia y el punto sleazy de los primeros Guns N’ Roses, o puede que a un poco de aquí o allá de muchas otras bandas de heavy y hard rock, pero para nada se trataba de un grupo prefabricado para engordar las arcas de las productoras explotadoras de laca y cardados, de uno de aquellos destinados a lanzar un hit a la radio y quedar en el olvido, o de un clon de Bon Jovi o cualquier otro referente de la época.
Lo comprendió el público, que les dio el primer lugar en el Top Billboard 200 –algo de enorme mérito para un disco debut, y que los ponía a la altura en expectativas de los citados Guns N’ Roses- y lo comprendió la gente del negocio, que inmediatamente les dio la oportunidad de girar junto a gigantes consolidados como Aerosmith, Scorpions, White Lion, o los propios Mötley Crüe y Bon Jovi. Así las cosas, fácilmente quedó cubierta la apuesta que la disquera Atlantic Records –con las “intercesiones” comentadas- había hecho por ellos en 1988, poniéndolos en el estudio con un veterano como Michael Wagener (productor de Ozzy Osbourne o White Lion).
En definitiva, el disco marcó una época e hizo de Skid Row el prototipo de banda rockera de finales de los 80s –¿cuántas veces se les ha citado para referirse a ese sonido tan característico o como la influencia de algún nuevo grupo que apueste por ese tipo de hard and heavy?-, agrandando su figura incluso en los primeros 90s y a pesar del ocaso popular de estos estilos en favor del grunge. No en vano compartieron gira con Guns N’ Roses –otros de los pocos a los que el cambio de aires no les afectó en las ventas- en 1991 y en ese mismo año lanzaban su segundo disco, el más puramente heavy “Slave To The Grind”, directamente al número 1 de las listas. Pero sin avanzarse tanto, recuperemos el track list:
1. Big Guns El primer bombazo del disco sirve para darse cuenta de que la cosa es mucho más poderosa de lo que cabía pensar por su imagen. Kilos y kilos de actitud y agresividad desde un heavy rock de corte clásico para abrir con buen pie, más un estribillo matador de los que se graba a fuego en la cabeza.
2. Sweet Little Sister Si en el mismo 1989 Mötley Crüe tuvieron con su “Kickstart My Heart” su frenético y divertido tema del año, “Sweet Little Sister” fue algo así como la propuesta de Skid Row para ese planteamiento, en uno de los cortes de sonido más angelino del disco, de nuevo más que contagioso.
3. Can't Stand the Heartache Más estribillos inmediatos para el álbum, que sigue moviéndose entre diferentes terrenos sin perder su aplastante personalidad, ahora en una versión menos rápida y más radiable...
4. Piece of Me ...y ahora en una apuesta más agresiva y contundente. Una de las razones del éxito del disco pudo ser esta facilidad para moverse entre el gancho del hard rock de L.A. y la contundencia del heavy más clásico americano de los 80s. Una machacante muestra de cómo quedarse a medio camino y reventarlo por los dos lados:
5. 18 and Life ¿Qué todavía faltaban registros? Pues aquí va un medio tiempo de melodía baladera que hoy día es ya un imprescindible clásico de la época, número 4 en las listas de singles en su momento:
6. Rattlesnake Shake Vuelta a los aires angelinos con “Rattlesnake Shake”.
7. Youth Gone Wild Y más de estribillos matadores con el primer single del disco, a la vez potentísimo y contagioso.
8. Here I Am Sin perder pie, más gancho a la Skid Row.
9. Makin' a Mess ¿Queda todavía algo de sonido L.A.? Pongámoslo antes de ir cerrando.
10. I Remember You En un disco de 1989 no podía faltar la power-ballad. Tercer single del álbum, recordada balada para la historia y número 6 de las listas de singles ese año.
11. Midnight Tornado Y para el final un tema que se mueve más dentro de los parámetros del heavy metal tradicional de su época, demostrando una vez más el carácter ambiguo o “bastardo” de su sonido con una soltura y un buen hacer envidiables. Como todo el disco. Una apuesta segura.
Bien, es evidente que no se le puede atribuir a “Spectres” la importancia para el desarrollo del rock duro en los USA que se les supone a sus tres primeros discos, y por otro lado sus cifras de venta dicen que no consiguió llegar al nivel de éxito que había tenido su célebre predecesor y cuarto álbum de Blue Öyster Cult. Y ya puestos a medir el lado comercial, tampoco el que tendría alguno de los siguientes. Entonces, ¿qué tuvo su quinto álbum de estudio?
Una respuesta rápida sería: “de todo”.
Por empezar ligando el tema anterior, fue un nada despreciable disco de oro con tres singles de éxito (“Godzilla”, “I Love The Night” y “Death Valley Nights”).
Pero es que a esto hay que añadir una propuesta que intentaba ser todavía más atractiva al gran público (y a públicos diferentes) que sus primeros esfuerzos, algo ya iniciado en "Secret Treaties" y desarrollado sobre todo en su anterior “Agents Of Fortune”, que ahora se acentuaba todavía más buscando inspiración incluso en el rock más popular de los 60s y teniendo como resultado uno de sus trabajos más "tranquilos". Si se pasaron de frenada o no es algo que cada uno podrá valorar (ellos mismos parecieron querer volver a un rock duro más algo más homogéneo en su siguiente "Mirrors", y más crudo en "Culösaurus Erectus"), pero el caso es que dieron a luz un conjunto variado hasta cimas que sólo bandas como Queen o The Beatles han conocido.
Aquí encontramos atmosféricos y preciosistas medios tiempos apoyados en el piano –“Nosferatu”-, mágicas baladas –“I Love The Night”-, cortes complejos abiertos a la experimentación con sonidos tan diferentes como el rock duro más afilado y el jazz –“Golden Age Of Leather”- , sencillos pero efectistas himnos pensados para el directo –“R.U.Ready To Rock”-, rock coreable y divertido con clara intención comercial –“Going Through The Motions”- y un sinfín de registros más. Añadido a su habitual buen hacer compositivo y de interpretación, enorme personalidad y, ahora sí, quizás más claramente que en cualquier otro de sus álbums ya de por sí “extravagantes”, una poderosa fascinación por el cine fantástico y de ciencia ficción, resulta uno de sus esfuerzos más heterogéneos.
Está claro que unos tipos que ya escribían sobre extraterrestres y “telépatas llameantes” no debían atender a tópicos líricos, pero en “Spectres” llegaron al punto de utilizar la fantasía de la gran pantalla (de “Godzilla” al vampiro del clásico film de Murnau “Nosferatu”) para ambientar sus canciones. Bizarradas como éstas son algunas de las cosas que han contribuido a que el grupo sea una leyenda y un elemento de obligatorio culto en determinados círculos, y han dado al nombre de Blue Öyser Cult un aire especial y único.
¿Es esta extraña propuesta lo que ha colocado históricamente a este disco por debajo de otros de su discografía? No parece posible, pero si alguien achaca esto al valor del álbum que se sorprenda comparando algunos temas.
Para empezar, este ejercicio de a la vez divertido y rocoso hard rock de mediático sonido muy de finales de los 70s para ensalzar al reptil gigante más famoso de Japón:
Y para seguir, una oda vampírica inundada de tranquila belleza, tristeza y oscuro misterio:
¿Hace falta más para darse cuenta de que hay pocos discos como éste? Por si acaso, una dosis extra de clase en forma de un tema lento para declarar amor a la noche.
A vista de la acogida y tratamiento mediático que están teniendo el nuevo disco de AC/DC y su gira posterior, se puede decir que por fin la banda australiana ha entrado en ese selecto grupo de músicos que el público más elitista en general –no estamos hablando especialmente de público rockero- acepta y respeta como incuestionables leyendas –los haya seguido en su carrera o no- y transmite su eco a la opinión pública. Ese grupo al que pertenecen todas aquellas bandas de indiferente género o condición a las que “queda bien” decir que se ha ido a ver o de las que incluso un “famoso” puede presumir con una camiseta, ese grupo al que hace tiempo pertenecen unos U2 o unos Rolling Stones.
No confundamos las cosas: que AC/DC merecen un reconocimiento así es incuestionable, como lo es el que éste y cualquier lanzamiento suyo es un gran evento para el mundo del rock en general, pero lo curioso del caso es que todo esto les haya llegado ahora, cuando musicalmente su aporte parece a muchos más bien “limitado”, o si lo preferimos decir así, cuando sus seguidores de siempre están sintiendo que sus últimos discos son quizá los menos “celebrables”. ¿Acaso sus méritos no se habían acumulado ya a principios de los 80s? Sí, pero entonces, ¿por qué durante gran parte de los 80s y otra de los 90s estuvieron considerados como una banda acabada por una mayoría de los rockeros y unos ya olvidados para los oyentes en general? Y a partir de aquí ¿qué es lo que han hecho en los últimos años que relanzara su estatus, si pocos de los que los han seguido siempre se atreverían a decir que los únicos dos discos que han lanzado en esta década son “mejores”, por ejemplo, que sus tan denostados trabajos de los 80s?
Sea como sea, parece claro que la respuesta a todo esto escapa de lo puramente musical, así que sin salirnos del tiesto nos podemos quedar con una conclusión positiva y mucho menos rebuscada: “más vale tarde que nunca”. Desde luego, no nos vamos a quejar de que hayan obtenido una imagen que se ganaron hace tiempo a pulso y tampoco de que hoy día, extraño fenómeno a estas alturas, “Black Ice” corone las listas de ventas de todo el mundo junto a otros discos rockeros del año (llámense “Chinese Democracy” o “Death Magnetic” y sean como sean), si esto vuelve a poner a tan amado género en el candelero.
Pero por muy sentido que pueda ser esto, y por mucho que se les admire y se reconozca que la fórmula con la que han vuelto a hacer su nuevo álbum es “la suya“ y que sigue funcionando, muchos de los que lo han escuchado, más que por la moda, con la motivación y el bagaje que se arrastra de su carrera están coincidiendo en señalar un conjunto demasiado largo para las ideas y las diferencias que exhibe, o la falta de alguno de los bombazos que han acostumbrado a salpicar sus discos. Eso sí, quien disfrute de AC/DC, por supuesto y pesar de que se pueda encontrar en mayor o menor medida con alguna de esta sensaciones, disfrutará también de “Black Ice”. De momento, ya es el disco con mejor entrada y posición en las listas internacionales toda de su larga carrera (sí, más que “Back In Black” o que cualquier otro ¿qué decía antes?) y en poco tiempo ya ha superado en ventas a todo lo publicado desde “The Razors Edge”. A ver hasta dónde llega.
¿Cuántos años hace que se empezó a hablar de este disco? ¿Nueve? ¿Diez quizá? Sea como sea, lo que ha ido quedando claro con todo ese tiempo es que lo que prometía ser el esperadísimo retorno de los idolatrados Guns N Roses, tras aquellos largos años a la vez de gloria desprendida de los “Illusions” y de rumores de peleas y separaciones, se quedó en una molesta broma todavía más larga sobre la salida del disco, aderezada con el desencanto que provocó ver el ir y venir de miembros alrededor de un único “gunner” original.
Imposible contar las veces que se ha anunciado, oficialmente o no, e incluso las que se han adelantado temas, cuando ya todos creían nunca saldría a la luz nos encontramos con que la cosa va en serio. ¿Y ahora qué? ¿Toca pagar con la misma moneda al Sr. Rose y pasar del estreno? ¿Renegar de unos Guns N Roses que poco tienen ya que ver con los que encandilaron a toda una generación? A vista de las ventas que está teniendo parece que no es la opinión de la mayoría. ¿Exigir que el disco justifique tantos años de espera? Bueno, está claro a la escucha que el trabajo de producción es inmenso, por ejemplo, pero es complicado dar respuesta a esto. Así pues ¿olvidamos afrentas y nos tomamos el disco como el siguiente de un grupo histórico, dejando de lado el tiempo pasado?
En este punto, no parece muy posible que los viejos seguidores del grupo lo entiendan como una paso natural, y si un reproche va a caer –y está cayendo- desde este lado va ser por el peso que ha tomado un nuevo sonido con influencias que algunos están clasificando como industriales, otros como alternativas y los más atrevidos directamente como hip-hop. En un sector tradicionalmente poco amigo de cambios y novedades como el rock duro, esto –sin entrar en si sirven o no al conjunto o si resulta o no interesante, sólo por el hecho de existir- podría ser la condena definitiva, pero tanto parece ser el tirón que tenía guardado el nombre que firma la portada de la bicicleta que la cosa ha empezado funcionando de maravilla. Caso único, pero es que tampoco hay para asustarse. Aún aferrándose a la nostalgia de los “buenos tiempos”, ahí hay algo de la magia de los Illusions, otra porción de rabia echada en falta desde hace todavía más tiempo y se reconoce perfectamente al mejor Axl Rose. Incluso se puede decir que se luce. Así que ¿Y si nos olvidamos de todo, de lo bueno de su carrera anterior, de lo malo de los últimos años, del nombre que lo firma, de la formación actual, del estilo, de los prejuicios... qué tal el disco? En definitiva es lo que tenemos entre manos y lo que nos tiene que gustar o no. ¿Qué hay?
14 temas de incuestionable trabajo y costoso presupuesto que recorren varios terrenos diferentes dan para mucho, así que seguro que la mayoría puede sacar cosas que le entusiasmen y otras que le decepcionen. “Better”, “There Was A Time”, o –mucho más- “Shackler’s Revenge” se van a por un rock de producción y actitud muy actual, cargado de artificios más propios de otros géneros, mientras que “Street Of Dreams”, “Catcher In The Rye” o “Madascar” se adornan en un hard rock muy melódico, emotivo y personal, a la vez que “Scrapped” o “Riad N’ The Bedouins” atacan con afilada y añeja furia rockera y “Sorry” o “This Is Love” buscan el lado más lento e intimista, entre otros experimentos.
Quizá, podemos pensar, se hubiera asegurado más el tiro descartando algunos cortes a favor de un conjunto más homogéneo para uno u otro lado –el minutaje es lo suficientemente largo como para no haberse quedado con poco si hubieran, por ejemplo, sólo 10 temas (personalmente, yo tengo claro lo que dejaría fuera)- o por lo menos, pensando en no asustar de buenas a primeras a los viejos seguidores -que a fin de cuentas son los que más tiempo llevaban esperando y a los que más debe Axl-, cambiando el orden de las pistas para que el “tortazo” con cosas como “Shackler’s Revenge” no llegara hasta demostrar que también hay otras como un “Riad N’ The Bedouins” o un “Catcher In The Rye”. Siguiendo por aquí y poniéndose en lo subjetivo, con una decena de lo que hay en “Chinese Democracy” se puede construir un track list para un disco más que “ilusionante” para una mayoría de aficionados al Hard Rock y a los Guns N’ Roses (los de siempre).
En cualquier caso, no es sorprendente que explore estos terrenos si pensamos en que los dos “Illusions” ya abrían muchas puertas de distinto color y que desde entonces ha pasado mucho tiempo como para ir poniendo el pie cada vez más lejos (aunque no hayamos visto antes los escalones intermedios), o si escuchamos el tema homónimo de este “Chinese Democracy”, que se queda a medio camino de un rock potente, directo y efectivo al uso y esos ramalazos “industriales” más nuevos, funcionando admirablemente bien. Pero en fin, como pasa con cualquier cosa que haya tenido relevancia durante mucho tiempo, cada uno tendrá hecho su criterio, así que tendrá que ver si “la democracia china” encaja o no en esos esquemas. De una u otra manera, lo que sí parece no demasiado arriesgado de decir es que será uno de los discos más significativos de la década. Al tiempo.
Estrella en los 60s dentro de Cream, los Yardbirds, con los Bluesbreakers o Blind Faith, pero obstinado y no demasiado afortunado popularmente en el despegue de su carrera en solitario con el albor de los 70s. Capaz de perderse entonces en la droga y la ruina personal pero también de levantarse para conseguir un single de éxito que prometía levantar por fin esa trayectoria propia. De volver a alejarse del éxito en su siguiente obra y, otra vez por fin, cuando decide tomarse las cosas con tranquilidad, de encontrarse a él mismo: Eric Clapton. Slowhand.
Su apodo –aunque dicen que se debe a su reticencia a pagar las copas entre amigos-, sustituyendo a su propio nombre, se convierte en el título perfecto para un trabajo que es todo un muestrario de la personalidad y los diferentes palos del genial guitarrista y cantante británico: temas propios y versiones de viejos clásicos o de viejos amigos, blues y rock, boogie, folk y baladas, algunos de sus temas más célebres ("Wonderful Tonight" o "Lay Down Sally"), himnos para sus directos (“Cocaine”) y, de nuevo por fin, éxito de crítica (tanto en el momento como tras los años, llegando a ser considerado uno de los grandes discos de siempre en cualquier género de la música popular) como de público (álbum número 2 en las listas de ventas en 1977 -sólo superado por el inalcanzable hit de “Saturday Night Fever”- y con un single en el #3, “Lay Down Sally”).
Grabado en los londinenses Olympic Sound Studios con su banda y con el tiempo que, posiblemente, siempre debió tomarse, en él participaron las cantantes Yvonne Elliman y Marcy Levy, el teclista Dick Sims, el bajista Carl Radle, el batería Jamie Oldaker, el percusionista Sergio Pastora y el guitarrista George Terry, más el gran saxofonista Mel Collins como invitado. Un buen reparto para una magnífica obra que se reparte como sigue:
1. "Cocaine" (J.J. Cale) – 3:41 Escrita por un amigo y habitual de las versiones de Clapton, J.J. Cale, se convirtió en la bandera de toda una generación. Un blues rock que marcó época y que podemos escuchar aquí:
2. "Wonderful Tonight" (Clapton) – 3:44 Reconocidísima balada dedicada a Pattie, la que fuera chica de G.Harrison y, tras la separación del “Beatle”, esposa de Eric. Con dedicatorias tan sentidas como ésta no es de extrañar que se la ganase, aunque no fuera por mucho tiempo. Que nos la recuerde él mismo:
3. "Lay Down Sally" (Clapton, Marcy Levy, George Terry) – 3:56 Un tema a medio camino del boogie y el country folk de lo más divertido que supo conquistar a la audiencia en forma de single de éxito.
4. "Next Time You See Her" (Clapton) – 4:01 5. "We're All The Way" (Don Williams) – 2:32 Más versiones de compañeros de viaje, ahora del “vaquero” Don Williams...
6. "The Core" (Clapton/Levy) – 8:45 7. "May You Never" (John Martyn) – 3:01 ...y más adelante del cantautor folk escocés John Martyn
8. "Mean Old Frisco" (Arthur Crudup) – 4:42 Un blues a la vieja usanza.
9. "Peaches and Diesel" (Clapton, Albhy Galuten) – 4:46 Y un cierre precioso para uno de los discos más sólidos de un artista que es todo un ídolo de la sección veterena de aficionados al rock y el blues. Se pertenezca o no a ella, vale la pena disfrutarlo.
Jagger y compañía todavía no habían dado el pelotazo definitivo con "Beggars Banquet" y eran, cómo no, los Beatles los que marcaban el paso, así que si los Beatles se lanzaban de cabeza a la psicodelia y la experimentación sonora con "Sgt. Peepers", y de paso conseguían éxito de crítica y público, intentar seguir su estela era una opción tentadora.
Pues bien, allá que fueron los Rolling Stones y "Their Satanic Majesties Request" fue el resultado del experimento. Y si un año más tarde daban la campanada con un estilo más cercano -aunque considerablemente más maduro- al rhythm n blues del anterior "Aftermath" y en esa misma línea han cimentado su carrera, debió de ser que el asunto no convenció demasiado: para la crítica el disco es una de sus obras más olvidadas, y el público, tradicionalmente, lo ha tenido en baja consideración por aquello por lo que han sido despreciados tantos y tantos buenos discos de grandes bandas muy dispares: por no ser para nada representativo del su sonido o, si lo preferimos, por los famosos "cambios de estilo".
Pero sabiendo esto sólo tenemos un par de cosas claras que achacar al disco: que no es popular (para ser un disco de quien es) y que no es representativo (en cuanto a estilo). Como ni uno ni otro de estos conceptos son sinónimos de “bueno” ni de “malo”, para defenestrar la obra –o encumbrarla, pero esto se ha hecho en menos ocasiones- se necesitaría algo más. Sí, se puede aventurar que en algunos de los cortes el grupo no se siente cómodo explorando estos terrenos, o adivinar lo forzado de la inclusión de algunos elementos (pongamos por caso los aires orientales de “Gomper”, intentando no ser menos que unos Beatles entonces ya expertos en estas influencias), pero es bastante más claro que consiguieron grandes resultados en la forma de un buen puñado de temazos como “She’s A Rainbow”, “2000 Light Years From Home”, “2000 Men” o “In Another Land”.
Como para que se le dé una segunda oportunidad alejada de predisposiciones, si se es seguidor de los Stones y todavía no se han encontrado las maravillas del álbum, o como para correr a conseguirlo si se ama la psicodelia de los 60s.
Para salir de dudas, un regalo de lo más lisérgico: "2000 Light Years From Home"
4 discos y cuatro reconocidas joyas que ya habían establecido un personal estilo, de referencia inacabable para el futuro, fruto del endurecimiento del blues y folk británicos a través de los sonidos rock más potentes de la época. Un gran trabajo, desde luego, y toda una innovación, pero ¿y ahora qué?
Algo así debieron preguntarse Page, Plant y compañía cuando trabajaban en la composición de "Houses Of The Holy", a vista de que no se conformaron con seguir por una senda ya marcada (aunque fuera por ellos mismos y de una manera tan colosal) y consiguieron dar otro paso adelante más introduciendo nuevos sonidos e influencias.
Cosa de almas creativas, debe ser, pero el caso es que a su hard rock de corte bluesy, para la ocasión y en general quizá algo más directo y menos grandilocuente que en anteriores trabajos, añadieron elementos del funk y el reggae -algo que probaron los Rolling Stones también en los siguientes años- y salieron airosos de la prueba, que no es poco.
Bien, hubo quien riñera con experimentos como "D'yer Maker" y en general el disco no recibió toda la enorme consideración de, por ejemplo, el anterior "IV" al menos hasta el paso de los años, pero aún así supuso todo un éxito que se tradujo en números 1 en ventas en las listas de álbumes de UK y USA y en unos 12 millones de copias vendidas desde entonces (cuarto disco de Led Zeppelin en el ranking de ventas tras "IV", "Physical Graffiti" y "II"), además de un paso imprescindible de su carrera para gran parte de la crítica especializada.
Veamos, tema a tema, por qué:
1. "The Song Remains the Same" (Jimmy Page, Robert Plant) – 5:32 Uno de los temas seña del disco, indiscutiblemente original (para 1973) y reconocible desde la entrada, una de las más famosas de la historia del rock. Seguramente además el tema más pretendidamente complejo del disco. Por si alguien no la recuerda:
2. "The Rain Song" (Page, Plant) – 7:39 Preciosa manera de continuar el trabajo con este formidable y melancólico tema lento de logrados arreglos y emotiva melodía.
3. "Over the Hills and Far Away" (Page, Plant) – 4:50 Vuelta al hard rock con buena dosis de folk para “Over The Hills And Far Away”.
4. "The Crunge" (John Bonham, John Paul Jones, Page, Plant) – 3:17 Y por fin el primer “experimento” claro del disco –salvando la mencionada originalidad de la primera- con un tema casi puramente funk de estupendo trabajo en la sección rítimica.
5. "Dancing Days" (Page, Plant) – 3:43 Los Led Zeppelin más tradicionales se citan de nuevo para “Dancing Days” para un tema directo pero efecto.
6. "D'yer Mak'er" (Page, Plant, Jones, Bonham) – 4:23 Y más de su vertiente experimental, que no se hace esperar y nos regala un divertido y contagioso tema reggae que sin embargo derrocha derrocha emotividad en la letra y la interpretación vocal. Uno de esos temas que pueden no acogerse bien por la diferencia, pero que más allá de prejuicios resultan de lo más efectivos.
7. "No Quarter" (Page, Plant, Jones) – 7:00 Puede que la gran composición del disco. Uno de esos temas grandiosos, largos, especiales que nos dejaron estos británicos salpicando su discografía para llevarla hasta la leyenda. Ojo a los riffs que se suelta Page. De obligatoria escucha:
8. "The Ocean" (Page, Plant, Jones, Bonham) – 4:31 Y para cerrar un disco tan ecléctico un tema puramente hard rock de atractivo sonido y otro fenomenal pasaje de guitarras como final. Como todo el disco, para disfrutar.
Jack E. Lee acaba por hartarse de Ozzy, ex líder de Black Sabbath, y deja su banda, a pesar de que fue la que le dió la fama con la oportunidad de ser el sucesor del malogrado Randy Rhoads a la guitarra. En esta situación, se encuentra en una fiesta a Eric Singer, ex batería, entre otros, de Black Sabbath, pero en aquel momento también sin banda y ve su oportunidad de formar su propio grupo. Singer está de acuerdo y pone a Lee en contacto con su viejo camarada Ray Gillen, que fuera en su día vocalista también de Black Sabbath. Viendo prosperar el proyecto, Lee recurre al bajista Creig Chaison, al que conocía de audicionar con Ozzy. ¿Resultado del rompecabezas? Badlands.
1989 nos trajo su homónimo disco debut, y puede que no fuera lo que se podía esperar de un supergrupo tan extrañamente vinculado a Black Sabbath, pero con él volvió el sonido del hard rock bluesy más añejo de unos Led Zeppelin, eso sí, pasado por la potencia y el tamiz del hard ‘n heavy de los últimos 80s. Toda una sensación que destapó las mejores críticas del mundillo del rock duro tanto como grupo como a título personal, destacándose especialmente los papeles de Jack y Ray, músico este último de enormes cualidades que desafortunadamente murió de SIDA pocos años después.
Sí, Badlands no duró mucho tiempo, incluso antes de la tragedia se habían separado por tiranteces personales y con la discográfica, y mientras funcionó, a pesar de la admiración de la crítica especializada, no consiguió un triunfo masivo en ventas en el modo que en la época tenían unos Skid Row o Bon Jovi. Pero nos dejó como testamento su mejor regalo: un enorme talento.
Repasemos el track list del disco:
1. High Wire Primer tema y potencial single que funciona fenomenalmente como carta de presentación: guitarras poderosas escupiendo fraseos de puro rock duro de vieja escuela, Gillen en su papel de estrella, casi emulando a un Robert Plant de mayor poderío vocal, y mucho gusto por el rock’n roll. Una constante en todo el disco, pero destaquemos también lo que más sonó.
2. Dreams in the Dark Aquí va el single de éxito del disco, habitual de la MTV de la época. Éste es:
3. Jade's Song 4. Winter's Call Y el otro tema que consiguió impacto mediático como sencillo, una precioso tema que recorre varios registros: de la balada al medio tiempo rockero al estilo Zeppelin/Badlands. Para escucharlo ya.
5. Dancing on the Edge 6. Streets Cry Freedom Un tema como éste bien merece un alto, aunque no se presentara como single. Bien podemos disfrutarlo igualmente, que el trabajo no tiene altibajos:
7. Hard Driver 8. Rumblin' Train 9. Devil's Stomp 10. Seasons 11. Ball and Chain Y después de un equilibrado conjunto con espacio para la balada, el medio tiempo y los temas más potentes, un cierre para disfrutar que merece otra vuelta más al disco. Por si alguien no se convence, ahí van Lee, Gillen y sus chicos para poner la última palabra en directo. Que lo hagan ellos, que de esto sabían más que nadie.
Quizá era demasiado difícil mantener el nivel que venían demostrando. O puede que les afectara la partida de Gary More. Quizá de repetente se encontraron fuera de lugar, abrumados por el estallido del heavy metal y el cambio en el rumbo musical del albor de los 80s. O puede que, sencillamente, fuera el público el que cambió y se entregó a las impresionantes novedades que trajo 1980 para el rock más duro, y el setentero sonido Lizzy quedó atrás. Pero el caso es que "Chinatown" marcó el inicio de la caída popular de uno de los más grandes grupos de los 70s, que acabó por desaparecer en pocos años.
¿Merecía el disco tal destino?, o de manera menos metafísica ¿realmente "Chinatown" traía algo muy diferente y peor a las reconocidas obras maestras anteriores? Pues básicamente no. Es cierto que demostraba cierto titubeo de estilos con la inclusión de algunos cortes que se intentaban acercar al emergente heavy de la época, y que añadidos a otros de aire más pop -quizá queriendo compensar en gancho comercial- y, cómo no, a otros con su rock de toda la vida, resultó un conjunto menos compacto que otros trabajos pretéritos, sin una dirección clara, como un reflejo del estado de la banda, o de su líder, de entonces.
Repasemos: se había producido la mencionada salida de Gary Moore, y no había sido de la manera más tranquila y correcta, en lo personal, con Lynott. Phil había tenido que buscar un sustituto al genial guitarrista irlandés sobre la marcha, y optó por uno que habían visto junto a David Gilmour en la gira de 'Animals' de Pink Floyd, que precisamente frecuentaba en el momento en el estudio contiguo al que estaba usando Thin Lizzy. A algo tan casual había que añadir que el guitarra en cuestión, Terence "Snowy" White, jamás había tenido nada que ver con el hard rock. Y más. Puestos a buscar nuevos miembros, Lynott probó temporalmente con la inclusión de un teclista, Tim Hinckley, que había trabajado con Bad Company y que a la postre fue el primer paso para la entrada del más estable Darren Wharton.
Todo junto parece suficiente circunstancia para provocar los titubeos mencionados, pero más allá de los jugueteos o cambios con el estilo puede decirse que la cosa funcionó. El disco seguía transmitiendo la personalidad de siempre, "Snowy" resultó un guitarrista de enormes condiciones para el rock duro y las pruebas con sonidos más heavys dieron nuevos clásicos para su repertorio como "Killer On The Loose" o el tema del título que podemos escuchar bajo estas líneas. ¿Que preferimos el sonido de "Black Rose" o "Jailbreak"? Pues ahí está esa maravilla de nombre “We Will Be Strong”, por ejemplo.
Bien, puede ser cierto que quien quiera conocer a Thin Lizzy deba empezar por clásicos como los dos mencionados, o incluso “Fighting” o “Bad Reputation”. Pero la grandeza de este grupo fue mucho más allá de eso y “Chinatown” es también un trabajo más que recomendable, que mereció mucha más suerte de la que tuvo.
La maquinaria rockera en Suecia parece estar bien engrasada y una vez más nos encontramos ante una novedad que llega arrollando a su paso. "Are You Ready To Rock" ya está recibiendo excelentes críticas y causando sensación entre el público hardrockero europeo, predispuesto cada año a recibir algún bombazo más de las nuevas huestes nórdicas. ¿Pero es Eclipse una novedad?
El caso es que Erik Martensson (voces, guitarra rítmica, bajo y teclados) y Magnus Henriksson (guitarra solista y acústica) formaron Eclipse a finales de los 90s y a principios de la actual década ya publicaron sus dos primeros lanzamientos, eso sí, con una repercusión menor. Cinco años más tarde, y afortunadamente, podemos decir que el sentimiento de "revival" por el hard rock se ha ido afianzando mucho desde entonces -quizá hasta explotar en los últimos tres años- y que los ojos de los aficionados al género se han vuelto hacia el norte en este tiempo hasta fijarse con detalle en lo que está pasando por tierras suecas. A día de hoy, por tanto, "Are You Ready To Rock" tiene por delante un terreno más preparado para poder alcanzar el éxito que el que tuvieron sus trabajos anteriores.
Pero los cinco años de silencio han valido la pena no sólo por el cambio de la escena: el disco trae consigo una colección de melodías tan certeras que difícilmente pueden ser conseguidas sin mucho trabajo, además de un gran sonido y mucho amor por el heavy rock más melódico de los primeros Europe o Waysted, por ejemplo, por el sonido más metalero de los Whitesnake de los últimos 80s, o por las melodías de Talisman o Danger Danger. Ahí es nada.
Dicho esto, y aunque es difícil que un seguidor de este tipo de bandas pueda resistirse, ahí va una muestra para indecisos.
Que cada uno juzgue. ¿No lo tiene todo para que sea el lanzamiento definitivo que encumbre a Eclipse hacia la primera línea del Hard Rock?
Nadie esconde que detrás de la reunión de los originales Blue Öyster Cult para “Imaginos” se encontró una maniobra comercial de su discográfica, que veía como lo que quedaba del histórico grupo perdía popularidad a marchas forzadas desde que en 1981 “Fire Of Unknown Origin” marcara el final de la formación original, y de paso de toda una época de grandeza que ya tenía una década. Es algo –lo de las reuniones y las maniobras comerciales- que ha pasado muchas veces, más incluso recientemente.
Claro, lo que venían haciendo los “nuevos” BÖC desde aquel disco del ‘81 ha sido considerado siempre popularmente (y a pesar de que no dejan de ser buenos discos) como el mayor pinchazo de su trayectoria. Por su parte, “el fugado” Albert Bouchard invertía todo el tiempo posible en comenzar carrera en solitario con un ambicioso disco conceptual para el que había reunido a una inmensa pléyade de músicos de los que hoy fácilmente destacaríamos a Aldo Nova, Bobby Krieger (ni más ni menos que un ex The Doors) y, ojo, Joe Satriani.
Lo que no se sabe es la cara que pudo poner el bueno de Albert cuando al poner el proyecto encima de la mesa de la disquera –que debió entonces ver la oportunidad del golpe de efecto esperado- le dijeron que sólo se publicaba si lo firmaba Blue Öyster Cult y participaban sus ex compañeros. Fuera como fuese, la historia nos dice que accedió y que finalmente la adaptación del poema de S.Pearlman del mismo nombre vio la luz como un trabajo más de la veterana banda.
Sin embargo y por mucho cambio que significara “Imaginos” en ese momento de la carrera de los BÖC, la cosa no consiguió relanzar el interés. Es más, el disco cosechó los peores resultados comerciales que había tenido la banda desde su primer disco. Quizá fuera demasiado tarde para resucitar a un viejo gigante del rock duro, más cuando el panorama estaba inundado de novedades llamativas para los oyentes. Así las cosas, no es de extrañar que esto supusiera el mazazo definitivo para el grupo y desde entonces –veinte años ya- sólo haya levantado cabeza para publicar otros dos trabajos de estudio.
Pero que comercialmente fuera el último coletazo de quien se resiste a aceptar que su época ha terminado no implica que el trabajo no fuera digno de su carrera. En ese sentido, muchos son los que se atreven a afirmar que éste es su gran disco, no sólo de los 80s, sino al menos desde sus grandes clásicos de la primera mitad y mediados los 70s. Además, el trabajo consiguió un empaque soberbio y una unidad de sonido que poco habían practicado desde sus primeros años, un nivel de interpretación especialmente inspirado y una producción fabulosa.
A veces oscuro, a veces luminoso, potente –de lo más potente de su carrera- y llevadero, inevitablemente excéntrico pero lo suficientemente controlado. Todo eso, con sitio para ese hard rock “especial” en su tradición, rock más accesible y abierto a puntos jazz (atención al tema homónimo del disco), funk y progresivos, una revisión de su inolvidable clásico “Astronomy” cambiado de tempo e intrumentación para la ocasión y hasta un temazo de heavy tradicional en unos registros cercanos a los que entonces podía fimar, por ejemplo, DIO, con dosis extra de bombástica y el añadido de una llamativa guitarra líder firmada por Joe Satriani, de nombre "The Siege and Investiture of Baron von Frankenstein's Castle at Weisseria". No se puede negar que lo de estos tipos para las letras fue siempre caso a parte.
El recuerdo de como sonaba este tema puede ser una bonita manera de llamar la atención sobre un discazo que de haber sido firmado por otra banda que se encontrara entonces en esplendor, o por ellos mismos unos años antes, bien podría ser hoy una de las más reputadas óperas rock de nuestra música, o codearse con el estatus de disco conceptual de todo un “Operation: Mindcrime”. Para comprobarlo sólo hay que prestarle atención.
Que a un grupo que ya tenía ventas millonarias moviéndose en unos registros más acordes con la moda del momento acelere –dando por hecho que esas “otras” influencias siempre habían estado presentes- la evolución de su sonido y en su tercer álbum parezca otra banda tan diferente a la del estreno como menos adaptada a los medios de su época es algo cuanto menos curioso como caso aislado (más habitual es el caso contrario) y seguramente admirable por la convicción que demuestra, más allá de intereses comerciales.
Y no es que a los Cinderella del “Heartbreak Station” les diera por abrazar algo muy lejano al rock duro que habían hecho desde el principio, sino que sencillamente fueron pelando capas de sobrepuestos y artificios hasta darse de bruces con la esencia del rock más añejo y enraizado en sus primeras influencias. Si “Long Cold Winter” había anunciado desde su hard rock potente y contagioso a otro hard rock clásico y al blues, o si aquél ya había hecho plasmar en la crítica las comparaciones con unos Aerosmith o Led Zeppelin en lugar de con Britny Fox o Def Lepard, “Heartbreak Station” se fue todavía más atrás para sumergirse en el mundo sónico de unos Rolling Stones, Mott de Hoople, Humble Pie... o unos Animals, por ejemplo.
Sea como fuere, el caso es que –y por decirlo de alguna manera- les quedó un disco para escuchar con botas de espuela y mascando tabaco, más que uno para disfrutar llevando maquillaje y con el pelo enlacado. Si fue o no éste el factor decisivo de su bajada comercial -ojo, aún así el disco fue platino- no es algo claro, dado el camuflaje que aporta el descenso general de popularidad que ya comenzaba a salpicar esos años al saturado panorama y que afectaba a todo lo que oliera a hard rock (o por lo menos a lo que en este terreno no pareciera nuevo), pero por lo menos sí dejaron claro que habían grabado lo que les había apetecido: un disco que rezuma rock a la antigua usanza.
Si este “Shelter Me” que suena sobre estas líneas –con ese ritmo, esos coros femeninos a lo “Gimme Shelter”...- o el tema homónimo –una balada bluesera que arranca recordando aquel “Love In Vain”- no nos transportan de primeras y por ejemplo a aquel “Let It Bleed” de los Rolling Stones es que puede ser momento de repasarlo. Añadidos los retazos funk, el hard rock y los ramalazos sureños, nos queda un conjunto que el tiempo casi ha olvidado y el público ha tratado injustamente, pero que sirve para degustar con calma, más que para un consumo inmediato. Una pena para la MTV, que podemos entender esperaba si no los bombazos que les dio su primer disco al menos los temas de éxito del segundo, y puede que para sus bolsillos. Ahora bien, todo un regalo para los viejos oídos rockeros.
Certeras melodías heredadas de los Beatles más inspirados, una exhuberancia sinfónica que descubre a las claras gran admiración por la música clásica y un preciosista tratamiento muy del gusto del rock progresivo y sinfónico de los primeros 70s. Todo eso, realzado con el mayor cuidado que se haya dedicado a la producción en todos los años de la música popular, es lo que presentaba la Electric Light Orchestra en los años 70’s, indiscutible época dorada de su trayectoria.
Formados por Jeff Lynne (uno de los tipos de mayor talento para la melodía que ha dado el rock) y Roy Wood (líder de los sesenteros Move) precisamente como lo que había de ser la nueva encarnación de la banda de este último, la E.L.O. trascendió en seguida y casi “a golpe de violín” la apuesta que podía presentar el viejo grupo de Wood para establecerse como una entidad propia.
Éxito en mano desde sus primeros trabajos, reconocidas obras maestras del rock sinfónico de la época y siempre reconocibles ante cualquier otra banda por la importancia que otorgan a los arreglos de cuerda, además de a todo tipo de matices, se apuntaron otro salto de popularidad a partir de su tercer álbum gracias a las constantes referencias a los cuatro de Liverpool que la crítica comenzó a ver en su música.
Más popular todavía (aunque quizá nunca a la altura que mereció un grupo que no llegó en fama a la altura de los más grandes de los 70s), y señal de ese talento inquieto de Lynne siempre dispuesto a experimentar, fue la apertura hacia otros sonidos que en los últimos 70s les llevó a transitar por los caminos de la emergente música disco exhibiendo el que puede ser el “mejor gusto” con el que se haya tratado nunca a ese género. A mitad de camino de todo esto y en pleno apogeo creativo y popular, “A New World Record”, efectivamente, un disco “nuevo”, casi mesiánico, para el “nuevo mundo”.
¿Y qué trae a ese“nuevo mundo”? Pues rock ‘n roll de cariz potente que rescata lo más clásico desde los primeros años de esta música y a la vez exhuma personalidad –“Do Ya”, “Rockaria!”-, pop rock de deliciosas melodías al gusto “beatle” y “do-wop” de los 60’s –aquí y allá y sobrevolando todo el disco-, sobrecogedores momentos para la balada –“Shangri-la”, “Telephone Line”-, pinceladas del advenimiento del “disco” que abordaría sin complejos su siguiente “Out Of The Blue” –“Livin’ Thing”- y un sinfín de arreglos sinfónicos y detalles de producción que hechos en 1976 deberían sonrojar a los caros presupuestos que hoy se dedican a resultados menores, de la misma manera que deberían alertar al oyente de que éste es un trabajo a escuchar en el más absoluto silencio y con enorme atención. Todo esto, repartido como sigue, además de con las muestras siguientes:
1. "Tightrope" – 5:03
2. "Telephone Line" – 4:38
3. "Rockaria!" – 3:12
4. "Mission (A World Record)" – 4:25 5. "So Fine" – 3:54 6. "Livin' Thing" – 3:31
En su día disco número 1 en Canadá y Australia, número 5 del Billboard americano y 6 de las listas inglesas, y hoy, ante todo y para despistados, una buena manera de empezar a conocer uno de los capítulos más interesantes que ha dado el rock. Porque en este terreno no hay por qué tenerle miedo a rescatar lo que el tiempo ha engullido y, sí, porque también en esto del rock hay sitio para oídos delicados.
Los más veteranos tienden a cerrar la etapa de gloria de la mayor banda de rock de todos los tiempos con “Exile On Main Street” (1972), un posible techo de su carrera. Otra gran parte de sus seguidores, la que aprecia sus obras plenamente setenteras como un legado más diverso e igualmente grande a sus intocables clásicos, escoge “Some Girls” (1978) para poner el punto y final a su reinado rockero. A partir de ahí, algunos ven unos cuantos buenos y dignos retazos salpicando el resto de una carrera irregular. Y el resto los da por enterrados. ¿Y quién se acuerda de “Tatto You”?
Pues bien, el de los Rolling Stones en los 80s puede ser el bajonazo más drástico y llamativo, en muchos sentidos, de la ya larga historia del rock. De hecho, un año antes de la publicación de “Tattoo You”, “Emotional Rescue” (1980) -a pesar de significar otro acierto comercial más para el grupo- no había ayudado nada a esa sensación que venía alimentando la crítica de que los Stones ya no eran los que habían sido (recordemos que la reivindicación como grandes obras de muchos de los trabajos de bien entrados los 70s es algo que para la crítica en general se ha afianzado con posterioridad) y que sólo en parte se había disipado con los refrescantes planteamientos del anterior “Some Girls”.
Para colmo, tras “Tatto You”, sus discos y apariciones públicas se empezaron a distanciar en el tiempo cada vez más -signo habitual de una banda veterana que poco tiene ya que hacer- y sus álbumes pasaron a ser los menos valorados de siempre: “Undercover” o “Diry Work” mostraban a unos Stones descolocados ante la revolución del panorama rockero en la década y algo escasos de ideas, y han quedado para la posterioridad como las muestras del momento más crítico de su historia. No es de extrañar, así las cosas, que crecieran las tensiones entre los pesos pesados de la banda y para los últimos 80s se especulara con una posible separación que, sin embargo, “Steel Wheels” (1989) vino a desmentir.
De “Tatto You”, de esta manera, ha quedado para el recuerdo en el imaginario colectivo un single (indudablemente, “Start Me Up”, que podemos ver tras este párrafo) y una extraña vorágine de críticas y olvidos entre la que ha sido difícil rescatar su valía. Hay que apuntar, sin embargo, que en su día volvió a ser número 1 en las listas de LPs y que, por fin, hoy día hay quien intenta realzarlo como, volvamos otra vez al eterno argumento, el auténtico gran final de los Rolling Stones.
Sin más pretensión de situar un final que, a tenor de la expectación y éxito popular del último “A Bigger Bang”, parece que todavía está por llegar -por lo menos en lo que a la relación con el público se refiere-, lo que sí parece cierto es que “Tatto You” ha quedado como uno de los trabajos más infravalorados de Jagger, Richards y compañía.
"Infravalorado" porque la escucha atenta nos dice que valor tiene, que el disco es mucho más que el éxito radiable de “Start Me Up” y porque el conjunto es uno de los más auténticamente “stonianos” que hayan publicado desde los últimos 70s hasta hoy día. ¿Queremos fuerza rockera? Además de la más accesible y grandiosa del principal single, ahí tenemos la energía casi punk heredera de “Some Girls” de “Neighbors” y un sonido general cuidado y potente. ¿Preferíamos el sonido sesentero de su primera época? Pues también tenemos retazos doo-wop y divertidas melodías en “Hang Fire” o en la tan pegadiza como cachonda “Little T & A”. ¿Su clásico blues? “Slave” y “Black Limousine” lo rescatan de manera brillante. ¿Ese nuevo rock abierto a otros sonidos (pop, funk...) que destilaron en los 70s? Pues “Tops” o “Heaven”, por ejemplo. Y para la guinda, algunas de las piezas más emotivas que nos pueden regalar estos veteranos, “No Use In Crying”, "Worried About You" y la colosal “Waiting On A Friend” (más abajo en vídeo), esta última puede que el punto más alto del disco junto con la inicial “Start Me Up”, para cerrar el disco.
Puede que “Beggars Banquet”, “Let It Bleed”, “Sticky Fingers” o “Exile On Main Street” sean momentos casi insuperables, pero a cualquier amante del rock le gusta ver que hay mucho más que disfrutar perdido en su extensa obra. Démosle un poco de la atención que merece.
Brian May, Roger Taylor y Paul Rodgers. Juntos componiendo, tocando y produciendo música. Eso es, y es mucho, lo que se presenta ahora como Queen + Paul Rodgers, y lo que no ha tardado en anunciarse por la prensa de aquí y allá como el primer disco de estudio de la legendaria Reina desde que abandonara su carrera tras la muerte de Freddie Mercury.
Difícil papeleta sería si ellos mismo lo planteasen como la continuación de esa carrera donde la dejaron hace ya tantos años. Pero lo que aportaba Freddie no pretende ser sustituido, y para el Sr. Mercury queda tan sólo, y vuelve a ser mucho, el tributo que le brindan sus antiguos compañeros junto al que fuera uno de sus más admirados vocalistas.
Sin embargo, tenemos la música de May y Taylor, esa mitad más rockera y a la vez comedida del gigante que fueron, unida en perfecta sintonía con el carácter bluesero y añejo del rock'n roll que Rodgers ha ido destilando en su trayectoria con otras leyendas como Free -los admirados Free, para el desaparecido Mercury- y Bad Company. Un trabajo homogéneo y sensato en expectativas, hecho con el buen hacer del que sabe de sobras lo que maneja entre manos.
No esperemos la vuelta de la grandilocuencia y la mágica excentricidad de otro tiempo. La apuesta es otra, y vuelve a ser buena: "Queen + Paul Rodgers" es un grupo nuevo, que ha tomado como nombre su definición. Y "The Cosmos Rocks" una primera demostración de eso, otra vez mucho, que son capaces de hacer.
Gigante en su continente, el de los canadienses Triumph ha sido siempre y sin embargo un nombre que ha pasado desapercibido para una parte importante del público europeo, y muy especialmente del español. ¿Entenderían aquí y hoy muchos que actuaran en un gran festival metalero en una posición más privilegiada que, por ejemplo, Judas Priest? Pues no sólo los Metal Gods, sino que también Quiet Riot, Mötley Crüe y Ozzy Osbourne los “telonearon” aquel ya tan lejano como casi mítico 29 de Mayo de 1983 en el que se celebró “el día del Heavy Metal” en el US Festival, uno de los festivales que más leyenda ha generado en la historia del género y del que tenemos muestra en este vídeo del tema homónimo del trabajo que nos ocupa.
Merecida, además, tenían la posición a tenor de las ventas millonarias de sus discos de los primeros 80s y, más específicamente, de “Allied Forces”. Para este trabajo, Rik Emmet (guitarra y voz), Mike Levine (bajo y teclados) y Gil Moore (batería y voz) –uno de los más reconocidos power tríos que ha dado el género y originarios del país que vió nacer al que puede ser el trío más popular, Rush- se dejaron influir por el panorama internacional del año, y con la emergente NWOBHM saltando a la palestra con la intención de arrollar a todo lo que oliera a rock duro, dieron forma a su disco más cercano al heavy metal (y muy heavy en ocasiones) tras haberse hecho un hueco en el terreno del hard rock melódico más clásico y cuidado.
Compuesto completamente por los tres músicos como grupo e incluso coproducido por ellos, el disco llegó a la certificación platino y aguantó la friolera de cincuenta y nueve semanas en las listas de discos de éxito. Ahí, el público no estaba equivocado: “Allied Forces” presentó un conjunto variado con toda la fuerza del tradicional heavy metal y con la clase del hard setentero de más altas miras, además de con un maravilloso gusto técnico y progresivo. Limpio, elegante, llamativo, y con el listado impecable de temas que sigue:
1. Fool For Your Love Un mágico y dinámico medio tiempo que puede recordar en diferentes aspectos a otras leyendas del momento como Whitsnake o Blackfoot, especialmente inspirado en las melodías vocales y de sonido potente.
2. Magic Power Personal y muy emotiva, un corte lento realmente especial
3. Air Raid - instrumental Una buena demostración del cuidado con el que se trató como conjunto a "Allied Forces", para dar paso a uno de los cañonazos del trabajo.
4. Allied Forces El tema que da nombre al álbum, un arrollador corte heavy rock que no puede dejar indiferente a ningún amante del género.
5. Hot Time (In The City Tonight) Seguimos con un rock’n roll de vieja escuela y sonido nuevo (para entonces), otro punto de variedad que contagia alegre energía.
6. Fight The Good Fight Para llegar a uno de los grandes himnos del disco, otro medio tiempo de melodías tan acentuadas como impagables. Escuchemos como sonaba en directo:
7. Ordinary Man Si para entonces podría parecer difícil no bajar el listón, “Ordinary Man” revienta toda expectativa siendo un temazo que tras arrancar como una bonita balada deja los más afilados riffs que se pueden escuchar en “Allied Forces” y posiblemente en toda la discografía de Triumph.
8. Petite Etude - instrumental Otra instrumental que deja tan claro el buen hacer de Triumph como músicos como su afán por tratar al álbum hasta el más mínimo detalle.
9. Say Goodbye Y, en seguida, la hermosa despedida que deja fácilmente con ganas de recomenzar. Como para que se lo piense el que esté entre los que dejaron pasar a esta banda en su momento y corra a hacerse con el disco.
Nuevo disco de Metallica. Una frase que por sí sola es capaz de generar todo tipo de expectación, debates y encendidas polémicas, capaz de generar opiniones tan encontradas que es hasta difícil encontrar réplicas tan distantes al mismo evento sea cual sea el terreno del que se hable. Y es que con el tiempo estos americanos no sólo se han hecho con una legión de seguidores enfervorecidos sino que también tienen otra de detractores al tanto de cualquier noticia sobre la banda para inundarla apresuradamente de críticas, si el medio lo permite, demostrándose tanto en uno como en otro caso el interés que despiertan.
Poco tiempo hace desde que Internet hiciera posible el acceso al nuevo material. Casi nada. Sin embargo, un vistazo rápido a ese mismo medio y ya proliferan las opiniones. Hay quien lo critica negativamente con todo tipo de argumentos, desde los más trasnochados y que casi evidencian que ni siquiera se ha escuchado el trabajo (pongamos por ejemplo el ya clásico y esta vez inservible “Metallica ya no es metal”, el esperable antes de conocer el disco “es el St. Anger II” o el más directo “Metallica es –pongamos el calificativo despectivo que queramos- desde tal disco”) hasta los que dramatizan hechos con más visos de realidad, tachando de negativa la composición de esas estructuras un tanto caóticas (algo a comentar con calma), acusándolo de autoplagio (¿cuántos nombres de bandas veteranas nos saldrían si buscáramos alguna que no haya repetido esquemas o sonidos de sus épocas pasadas? ¿y a cuántas otras se las critica por esto?) o ensalzando un posible déficit en el sonido o en la interpretación. De la misma manera, el mismo vistazo rápido encuentra todo otro tipo de comentarios igualmente abundantes y mucho más ilusionados en los que se corre a aclamar la “vuelta” de hijo pródigo o se califica a “Death Magnetic” como el mejor disco de la banda desde los 80s.
Como viene pasando desde hace años con Metallica, este proceso promete durar hasta que “gane” una de las opiniones y acabe por hacerse la “oficial”, marginando a la rabia a la perdedora. Para el ejemplo podemos recurrir a los últimos discos. Actualmente la opinión “colectiva” de “St. Anger” está asentada en lo muy negativo y cualquier comentario no peyorativo sobre este disco es considerado por gran parte del público como puro fanatismo sin sentido. Desde luego, aquel disco puede que sea el más flojo que hayan lanzado en su carrera en diversos sentidos, pero podrían destacarse también cosas positivas de las que se reniega. De la misma manera, “Load” pasó por una época en la que se lo consideraba popularmente como la gran “estafa” (aquí quizá con razones mucho más propias de ese fundamentalismo metalero que otra cosa), y sin embargo parece que se está abriendo un poco la mano sobre el tema. Hablar desde el lado contrario de otros discos como “sobrevalorados” es igualmente polémico si ya están aceptados como auténticas obras maestras.
Con el terreno así de abonado, hay que entender que se vaya a mirar al detalle este “Death Magnetic”, y se vayan a resaltar todos los matices encontrables, bien sea para tildarlos de negativos o de positivos. Lo de las “estructuras caóticas” o complejas, por ejemplo, o una voz poco lucida, en lo que a las acusaciones se refiere. Da para pensar si, imaginándonos que el nuevo disco de Metallica fuera “Ride The Lightning” –poniendo el ejemplo de un álbum del que hay poca discusión sobre su gran valía- se hablaría de una muy poco correcta interpretación vocal, del corto minutaje, de una pobre producción o de algún tema que parece no encajar en el conjunto. Si hacemos esta reflexión, puede que lleguemos a darnos cuenta de que todas estas características –o todas las consideraciones de este tipo que queramos ver en cualquier disco- no tienen por qué ser defectos (entendiendo como defectos en este caso a aquellas cosas que lleven a que el trabajo no nos guste) sino que acaben por conformar una personalidad, un aire o una entidad propia e igualmente estimulante.
Pero al fin y al cabo, acabe reinando una opinión u otra (quede para la historia como el gran disco del resurgir de Metallica o como un trabajo más), démonos cuenta de una cosa: el disco seguirá siendo el mismo. Aunque esto sea una evidente tontería, parece que a veces necesitamos que nos digan que es lo que tenemos que pensar también en este terreno, y que corremos a leer si el álbum es bueno o malo para saber si nos tiene que gustar o no. Escuchémoslo, y sencillamente comprobemos por nosotros mismos si es de nuestro agrado.
Así las cosas y teniendo en cuenta que sólo el tiempo dirá como se asienta, de momento quedémonos con lo objetivo para la primera descripción, y con las primeras impresiones personales –más no se puede decir todavía- para lo demás. Primero, las evidencias:
Con “Death Magnetic” se ha intentado recuperar parte de la identidad que el grupo tuvo en años pasados, apostando por el aquel thrash con un pie puesto todavía en el heavy metal, por la búsqueda de la espectacularidad que tuvieron, o por esquemas ya utilizados anteriormente en temas (el single “The Day That Never Comes” ya nos daba una pista en esto, reutilizando el esquema de “Fade To Black” o de “Sanitarium”) o en el conjunto del disco (primer tema con intro acústica y posterior sonido afilado, el single radiable en el track 4, una instrumenta hacia el final...). Asimismo, se recuperan los solos acelerados en gran cantidad, y hasta el wah-wah.
En el resultado final hay algo más de peso del heavy metal en melodías y juegos de guitarra, especialmente en algunos solos, que el que tuvieron incluso en aquella época. Por otro lado, también encontramos dominando algunos de sus riffs más veloces. Sumado todo esto, podemos ver cierta intención de evolución junto a la reseñada de involución.
Dos temas parecen escaparse de estas intenciones “de aire thrash”, explorando otros sonidos: “Cyanide” y “The Unforgiven III”, esta última en una línea mucho más acorde con su época “Load” - “ReLoad”. Las dos aparecen seguidas en el orden de las pistas, lo que en función del oyente puede representar un bajón en el disco (o un bonito punto de respiro o variedad).
El disco hereda parte de las estructuras poco habituales o caóticas, si queremos decirlo así, que pudimos ver en “St.Anger” en determinados temas. En este caso esto no es algo que parezca excesivamente exagerado, y seguro que podemos recordar títulos de canciones de diversos autores de estructuras complejas o poco convencionales que de primeras parecen caóticas y en unas escuchas se aceptan sin que esta característica influya en su valoración.
El sonido es bueno (incluida la batería, sí) aunque da especial protagonismo a las guitarras por encima incluso de la voz.
La interpretación también es buena dentro de los estándares de la banda (bien, Ullrich nunca ha sido un batería filigranero y en “Death Magnetic” tampoco se sale de su estilo de siempre, y Hetfield no es la gran voz del género pero tampoco lo ha sido nunca, ni en la mejor etapa de Metallica) e incluso la pareja de guitarras hace uno de sus trabajos más complejos, quizá en detrimento de parte de la frescura que pudo tener en otros tiempos.
Descrito todo esto, es de pensar que existe toda una sensación de sorpresa (al menos de esa “sorpresa” que tantos estaban esperando desde hace tanto tiempo) que puede llevar a la euforia inicial, sobre todo por la espectacularidad de algunos cortes como “All Nightmare Long”. Es normal que estas sensaciones de sorpresa (de la misma manera que antes se decía para las de caos) se disipen con las escuchas y se pase a observar con más criterio a las composiciones. En cualquier caso, parece bastante objetivo que “Death Magnetic” se presenta como un buen álbum trabajado a conciencia y que tiene cualidades para que agrade (y mucho, en algunos casos) al público que ya gustaba de Metallica, siendo lo que falta por ver si conecta con la gente de manera satisfactoria o no. Eso, antes incluso de su salida oficial, es algo arriesgado de aventurar.
Que el heavy más clásico se vino abajo como estilo masivo con la década de los 90s es un hecho. Pero también lo es el que algunas bandas rescataron parte de esa esencia clásica para lanzarse en carreras alejadas de lo imperante en el panorama del Metal en esos nuevos tiempos. El gusto que algunas formaciones rescataron por aquel primer power metal que en los 80s dio la visión más cruda del metal tradicional, aquel que fue una parte importante de la generación que muchos llaman la “US Metal” y que puso la respuesta paralela a la británica NWOBHM, llevó a que esos contados grupos se identificaran popularmente y con el avance de los años en la década como los paladines de un mercado que todavía tenía sus fieles. Iced Earth es posiblemente el caso más claro desde los USA.
Que en Europa hubo mayor predilección si cabe que en los USA por rescatar elementos clásicos es también claro, pero el heavy metal tradicional que se pudo tomar como base se adaptó hacia terrenos más melódicos y se masificó en la herencia de la generación alemana de los últimos 80s, dando lugar a algo que con brillantes excepciones se acabó por saturar en propuestas demasiado parecidas y muchas veces faltas de contenido y que, sin embargo, se ha dado en llamar también “power metal”, pareciendo en los últimos tiempos que es éste es precisamente el uso del término que impera. Sea como sea, más allá de estos vacíos debates sobre etiquetas y aceptando estas dos ramas del estilo, en Europa también nos hemos encontrado con casos separados de lo general y que han llevado el estandarte del “primer” power metal, el “power metal americano”, o como le queramos llamar. Los suecos Morgana Lefay son un ejemplo destacado.
Principalmente del “US Metal” –muy especialmente de grupos como Savatage y Jag Panzer-, también de la NWOBHM, pero en cualquier caso siempre con la base del heavy metal más tradicional de los ochentas, con el añadido de un tratamiento excepcionalmente crudo y más puntualmente oscuro, y para acabarlo de formar con cierto gusto en las guitarras por el crujiente thrash metal de unos Overkill o, sobre todo, de los primeros Metallica: esto podría ser una definición de la propuesta de estos nórdicos. Como mínimo, más que llamativo para los que desde entonces echan de menos el metal pura y duramente ochentero, así que puede merecer la pena repasar un poco la carrera de Morgana Lefay.
Formados en 1986 como “Damage”, tras los siempre iniciáticos cambios de formación consiguieron lanzarse definitivamente al mercado en 1990, ya con su nombre más conocido y con disco debut. Desde entonces ha habido dos hombres que han dirigido siempre este proyecto y puesto su seña a toda creación, el guitarrista Tony Eriksson y el vocalista Charles Rytkonen. Precisamente Rytkonen ha sido desde el principio el factor más llamativo de Morgana Lefay de cara al público, dado su parecido timbre en los tonos más agresivos y similar estilo con el clásico vocalista de Savatage Jon Oliva. De la misma manera, en sus primeros años siempre fueron comparados con este ya casi legendario grupo norteamericano, siendo además habituales las opiniones que les añadían la influencia también de los citados Metallica, e incluso de Pantera. El caso es que, desde unos planteamientos que, sí, podían ser bastante deudores de los momentos más agresivos de los Savatage de un “Hall Of The Mountain King” fueron construyendo un estilo más personal pero siempre de mucha presencia añeja y aguerrida, de la misma manera que el mismo Rytkonen fue creciendo como vocalista añadiendo registros a su interpretación hasta convertirse en el que hoy puede ser, a pesar de no tener el status de estrella de muchos otros y como demuestra en sus discos actuales (más incluso que en estos clásicos), una de las mejores voces del panorama metalero.
Tras una primera carrera que dejó discos más que interesantes como “Knowing Just As I” o “The Secret Doctrine”, e himnos de la talla de “Rooms Of Sleep” o “To Isengard”, “Maleficium” fue su quinto disco de estudio y presentó a un grupo más que asentado en una propuesta difícil, más dura, más densa. Mientras repasamos alguno de esos primeros clásicos para ponernos en situación comencemos a hablar del disco. Rooms Of Sleep (Secret Doctrine)
Para empezar, “Maleficium” fue su disco más largo hasta la fecha –trece temas no precisamente cortos más un bonus track que aparece en la mayoría de ediciones-, y ahondó en su carácter pesado y difícil con un extra de trabajo en varios frentes: se potenció el ambiente oscuro, las composiciones más complejas de mucho peso guitarrero y se optó por una unidad conceptual en las letras, dando pie a un álbum que es todo un monográfico sobre la Inquisición visto a través de una historia ficticia.
Con la fuerza que da a estos planteamientos una producción cruda y sencilla, podría decirse que ochentera (de hecho era probablemente su disco más potente hasta la publicación de su último “Aberrations Of The Mind”, trabajo sin embargo de otro carácter más limpio y menos añejo), el resultado fue más que conseguido, si bien es necesario advertir que no es para nada de fácil acceso a la primera escucha, al menos para oyentes que no estén acostumbrados a las producciones de los grupos más pesados y rudos de esa US Metal o de la NWOBHM. Aún así, y si bien el grupo nunca ha conseguido un triunfo comercial de primera línea, el disco obtuvo el reconocimiento de la crítica especializada y ayudó a consolidar el nombre de Morgana Lefay como uno de los grandes “ilustres desconocidos” (tan habitual es encontrar bandas con una base de seguidores relativamente pequeña pero que los consideran enormemente y que siempre son bien tratadas por la crítica) que pueblan el mundo del Metal. Además, consiguió un notorio éxito con la gira del álbum en la que partían como cabezas de cartel (en la del disco anterior, por ejemplo, habían acompañado a Gamma Ray como teloneros), acompañados por Solitude Aeturnus –que presentaban entonces su “Downfall” y convirtieron el tour en un gran mano a mano entre dos respetadas bandas en crecimiento (qué extraña curiosidad que tras esto las dos bandas tuvieran un desafortunado parón que quizá las haya apartado de tener un status más grande)- y unos entonces primerizos Brainstorm.
Presentado convenientemente, repasemos los temas:
1. The Chamber of Confession Para abrir, una intro tétrica de sonido tan primario que nos mete en el ambiente de los discos más oscuros de cualquiera de aquellas perdidas bandas de culto del metal de los 80s.
2. The Source of Pain Y el primer trallazo que se nos viene encima. Duro, nada fácil, poderoso aunque no especialmente rápido, oscuro, denso y muy personal. Empieza la espesa mole sonora de rudo pero clásico metal de la vieja escuela que acompaña a casi todo el disco.
3. Victim of the Inquisition Y ahora sí nos metemos de lleno en esos medios tiempos difíciles y oscuros tan característicos de Morgana Lefay.
4. Madness Para seguir con otro igualmente “malvado”, con una parte central que cambia de manera brillante.
5. A Final Farewell Un pequeño respiro para embellecer el conjunto con un tema lento que fácilmente puede relacionarse con este mismo tipo de temas de unos Iced Earth.
6. Maleficium Y vuelta a lo rocoso con el medio tiempo que da nombre al disco. Fue el único tema del que se grabó un video clip, y es el que sigue:
7. It Una intro para abrir “Master Of Masquerade”.
8. Master of the Masquerade Y con ésta se inicia la parte más dinámica del disco después de una primera mitad más pesada, ya que a partir de aquí se pueden encontrar más referencias al thrash clásico y algunas melodías más “optimistas”, aunque siempre aguerridas.
9. Witches Garden Uno de los temas más “llegadores” del disco, en el sentido que ya anunciaba la anterior.
10. Dragons Lair Y más afilado sonido en la misma escuela sin perder nunca de vista el heavy metal más clásico.
11. The Devil In Me El momento para el contrapunto en esta segunda mitad con un corte a medio tiempo que intenta plasmar maldad y desconcierto.
12. Where Fallen Angels Rule Y vuelta a lo más arrollador y directo, esta vez con un estribillo más en la línea del power metal más “standard” (si bien llamativo y pegadizo), a diferencia de la mayoria de más cortantes y duros anteriores.
13. Creatures of the Hierarchy Para el final, cierre con una bonita outro de guitarra acústica. A los que dieron por enterrado al metal tradicional en los 90s, aquí tienen un buen clavo al que agarrarse.
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