Situémonos.
Primeros años de la década de los 90’s y las cosas están cambiando a
toda mecha en el panorama musical, también para el thrash metal. Los años
dorados del género parecen acabados e incluso los más grandes se mueven hacia
otros terrenos. Metallica (sí, a nadie se le escapa que es la gran referencia
para Testament) ha bajado revoluciones y apuesta ahora por temas de sonido más
denso pero a la vez accesible. Y Testament acepta el reto. “The Ritual” se mete
en la liga del famoso “Black Album” o de “Countdown to Extiction”, y sale
escaldado.
No musicalmente, claro. A nivel de composición encaja
perfectamente en esa nueva “manera” de entender el estilo, y el nivel general
–aunque eso sea algo más subjetivo- raya también en la excelencia. Pero sin el Bob Rock de turno, la producción
queda muy lejos de reforzar la propuesta, y el resultado cae por debajo de lo
que podía haber sido. Tampoco hay apuestas fuertes de las disqueras detrás. Y
todo eso es demasiada diferencia. Comercialmente, pues, y a pesar de conseguir
la mejor entrada hasta la fecha de un disco del grupo en las listas de ventas,
sí que sale escaldado. Además, el disco queda pronto en el olvido, por debajo
incluso de los anteriores.
Así que la banda se queda sin lo que compensa el hecho de
que una parte de los viejos fans los tachen de “vendidos”: el éxito.
No nos engañemos. Eso (que el sector más duro de los viejos
seguidores renunciara a ellos) es algo casi inevitable con los años, y también
les pasaba en la misma época a Metallica y Megadeth. Pero tenían tantos nuevos
seguidores que perder a unos pocos no importaba mucho. Y para Testament no era
lo mismo. Así que el siguiente paso había que pensarlo mucho. Y no estaba el
horno para bollos entre estos músicos.
Dos pesos pesados de la banda, Louie Clemente y Alex
Skolnick, salen del grupo. Otro golpe duro, sobre todo teniendo en cuenta que
Skolnick era algo así como la estrella, el “guitar hero” al que admiraban todos
sus seguidores. Pero a él le parecía que la “marca Testament” encasillaba sus
habilidades en unos registros en los que no podía expresarse completamente, y
vio ahí un buen momento para probar fortuna fuera. Pasó por Savatage y otros
proyectos todavía más “lejanos” en los años siguientes.
El baile de músicos para reemplazarlos es caótico. Glen
Alvelais y Paul Bostaph llegan desde Forbidden y abandonan el barco en un
suspiro. De Exodus llega John Tempesta para hacerse cargo de la batería, y para
la guitarra se recurre a un trotamundos de la nueva escena extrema como James
Murphy, que en pocos años había pasado por Cancer, Death y Obituary. Y aquí
tampoco duraría mucho, no. De hecho, los dos nuevos no se habían quitado la
etiqueta de miembros temporales cuando ya abandonaban Testament, seguidos del
bajista fundador Greg Christian. Pero al menos dejan un buen recuerdo grabando
un disco que, en el fondo, parece una apuesta personal del que entonces se
descubría como núcleo duro y estable del grupo: el guitarra Eric Peterson y el
vocalista Chuck Billy. Y Billy, por fin, se luce.
Desde hacía años se venía postulando como uno de los mejores
vocalistas de la escena thrash. En “Low” se confirma, quizá, como el mejor.
Pero antes de eso, volvamos a la “apuesta” que se comentaba
repasando las opciones:
Seguir la senda de “The Ritual” podría dar por fin un “Black
Album” o un “Youthanasia”, pero esa vía parecía segada demasiado radicalmente
sin un apoyo comercial. Volver a su thrash clásico podía ser más seguro
musicalmente, pero en 1994 eso ya parecía un suicidio seguro, el golpe de
gracia a un grupo que agonizaba. Por
otro lado, Pantera parecía estar abriendo un camino nuevo, los 90s empezaban a
coger personalidad y también la escena extrema se estaba asentando, aunque
mucho más lejos de la primera línea de lo que le correspondería como heredera
de un thrash que llegó a tener cierto peso.
Billy y Peterson debieron pensar... “de perdidos al río”. Y
se tiraron de cabeza.
Sin olvidar la herencia de lo anterior, eso sí, porque no
abandonan ese tempo algo más lento, ese estilo más denso. Pero en lugar de
hacerlo comercial, lo refuerzan con algo de ese aire “groove” tan de los 90,
otro tanto de esa violencia tan de los Pantera de la época, y un toque (sólo un
toque) de oscuro y potente death metal. Ah, y con una producción que, ahora sí,
hace justicia.
El resultado, aunque se siga pudiendo etiquetar como
“thrash” y mantenga claras sus influencias de siempre, está casi tan cerca de
un “Vulgar Display of Power” (o más) como de su clásico “The New World Order”,
y no sólo da cuerda al grupo para mantenerse vivo empezando una segunda era. Lo
engrandece ante los fans por la demostración de personalidad al margen, ahora
sí, de lo que hacían ya los antiguos gigantes del thrash.
En esas aguas tan diversas, Billy emerge gigante. Luce
cantando a la manera más clásica del thrash/heavy, se siente cómodo en lo más
melódico de la única balada del disco, y brilla incluso en lo más agresivo y
con su nuevo registro gutural. Firma, además, casi todas las composiciones
junto a Peterson.
Sin Skolnick, es más un disco de riffs demoledores que de
solos imposibles o demás virguerías guitarreras. Pero funciona dentro de ese
espíritu de la nueva época.
Una buena acogida por parte de crítica y público, e incluso
un videoclip (por cierto muy en el estilo noventero, hecho para el del tema
homónimo) que rueda bastante por la MTV hacen el resto.
Si hasta entonces estaban en esa segunda línea del thrash
que se movía tras la popularidad de los cuatro grandes, desde entonces su
nombre se agiganta para los amantes del género y pasa por delante de algunos de
ellos.
Merecido lo tenían.
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